Cuando lo vimos en el medio de la popular nos dimos cuenta de la magnitud de lo que estábamos por vivir. La
pasión había superado cualquier barrera, ya no había obstáculos, no
había nada más que amor al equipo, más que sentimiento puro, más que el
más lindo de todos los amores y sentimientos, algo incomparable.
Hacía días que esperaba la noche del jueves con una ansiedad
inexplicable, pero todo pareció multiplicarse cuando me subí al
colectivo y lo primero que escuché fue “¡VAMOS ROJO!”, mérito de haber subido con la camiseta puesta a un 95 que ya estaba plagado de hinchas de Independiente.
Después de subir a varios hinchas más y superar un puente
Pueyrredón ROJO a más no poder, llegué al fin al cruce tan esperado
entre las avenidas Alsina y Belgrano donde me encontré con Gastón y
Lucas y empezamos a caminar entre todos nuestros “compañeros” hacia el
estadio… pasamos los cacheos y no nos importaba nada, cada uno
tenía que ir por un lado distinto pero a ninguno de los tres le
molestaba… los nervios ya estaban de punta y los corazones latían
increiblemtente rápido.
Y de repente, ahí estábamos, la querida Norte Baja ya era nuestro escenario, y fue entonces cuando lo vimos.
Un pibe de unos veinti-cortos CIEGO en el medio de la popular. Los tres
nos quedamos helados, esto definitivamente iba más lejos de lo que
pensábamos, lo que provoca la pasión es algo increíble, impensable para
cualquiera.
El vivió la fiesta como todos nosotros, su amigo le contaba
lo que iba pasando, él estaba feliz, sonreía, festejaba, cantaba, no
paraba de saltar. Gritó los dos goles como si realmente los
hubiera visto, pero sin necesidad de verlos. Lo vivió como cualquiera, y
me animo a decir que hasta mejor que muchos.
El Libertadores de América estaba que explotaba, no entraba nadie más… pero la muestra más clara de la PASIÓN INEXPLICABLE estaba expresada de la mejor manera a escasos centímetros nuestros.
FUENTE:INFIERNO ROJO.
martes, 7 de diciembre de 2010
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